Nadie lo escucha pero él no se ha dado cuenta, en un estado extasiado, el vocalista sigue cantando aunque de las bocinas ya no salga su voz. Creo que el guitarro, que anda medio pedo, en su intento de pirueta rockstar pisó el cable del micro y lo desconectó. Tampoco es que importe demasiado, abajo en un estado de gnosis el público sigue bailando a un ritmo que solo suena en las entrañas de la música.
Extraño muchas cosas luego de estos casi cuatro meses en aislamiento, el cine, ir a jugar fut, unas cheves en el bar y los conciertos. Pero dejemos a un lado a los grandes festivales o los llenos en el Auditorio Nacional, nel, esos son de vez en cuando. Me refiero a esos toquines que hacen comunidad, que nutren la escena y le dan vida a la música de nuestra ciudad.

Conciertos que desde hace mucho, han sido foro de primerizos, obstinados y soñadores que urgen de expresarse a través de sus letras y melodías. Aún a pesar de sus propias circunstancias, en León, semana con semana teníamos mínimo dos o tres de estos toquines de bandas locales. Grupos que nacieron el miércoles y el sábado ya le iban a dar duro, desafinados, pero duro.
Desde que tengo edad de meterme a bares y husmear en la clandestinidad, me ha gustado curiosear de toquín en toquín, explorar bodegas sudorosas en San Miguel para escuchar reggae o jalar para el Salón Azul y hacerme uno con el slam organizado por una banda de punk chilango que venía a apadrinar a los nuevos anarquistas locales. Más recientemente, bares de autor han puesto luces, sonido y piso para una nueva generación que se nota, al menos desde acá, más estructurada y constante. Veremos.
Pero ese futuro es tema aparte, acá lo que importa es el presente que añora el pasado. Extraño el oscuro sudor entre cuerpos medio borrachos que ansían mamar de la teta de la música en León, de donde nace todo. Sueños impolutos de morros y morras donde se veían tocando en vivo canciones escritas por ellos; ahora convertido en realidad, en ese momento creen, de verdad creen que pueden convertirse en un referente de la música nacional; las maravillas de la fe. Luego podrán dejar de creer y darle otro sentido al arte; pero en ese momento por más mal que suenen, transpiran en cada gota pura credibilidad a lo que están haciendo.

Conciertos forjados desde la camaradería y la lealtad, amigos vueltos taquilleros, vendedores de merchandising, técnicos y jalacables. Organización surrealista y errores protagonistas en el line up; cables mal conectados, instrumentos sin afinar, nervios que producen amnesia y flemas que se atoran en la parte más emotiva de la rola. Caótica belleza.
Algunos de esos grupos se van a pelear esa noche y desharán la banda; otros se transformarán en un grupo de covers que morirá de aburrimiento cada que vuelvan a tocar “Sex on Fire” o “R U Mine”. Pero si tenemos suerte, tal vez una de las propuestas que semana a semana vemos en escenarios mal iluminados y peor ecualizados, pueda tomárselo en serio, y entre la fortuna y un chingo de trabajo se conviertan en el nuevo referente de está ciudad. Imaginar esa posibilidad es aliciente suficiente para seguir lanzándome a estos toquines chafas que tanto extraño.
Bien dicen que uno no sabe lo que tiene hasta que lo pierde, y aunque no se fueron para siempre, cómo extraño los toquines de caguamas calentándose en la mano, entre amigos y familias de los músicos, acompañado de borrachos necios y 24 hour party people, en medio de la escena, de lo que nace y hace, toquines de gestación, pedestres y caóticos. Extraño vagar por las entrañas de la música en León.
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