Juan Cirerol es de esos personajes en la música que no entiendes muy bien porqué te gusta o porqué no te gusta, vino a León y aproveché para resolver mi duda.

León Benavente se refirió a él en una de sus canciones: “Este tipo es el puto nuevo Johnny Cash”, acto seguido, la banda española decidió invitarlo a la gira de su magistral disco ‘2’, para luego desjuntarlo del tour internacional porque Juan realizó un desafortunado comentario sobre las víctimas del sismo del 2017.
Drogas, alcohol, rockanroleo duro, la carrera de este nuevo Johnny Cash se interrumpió.
Una carrera de dualidades, de fama y olvido, de vítores y críticas, polarizada por un estilo que de incalificable, ofende, por un música que se debe sentir, y la queremos pensar.
En León, después de varios intentos, un par de personajes dentro de la comunidad nocturna y musical de la ciudad: Banderas y Chuy Arenas, pudieron traer a Juan Cirerol a ‘La Llamarada’, donde cantó, se entregó, pero no bebió en una noche de esas que te acuerdas…
Juan Cirerol Llevaba horas dando autógrafos y posando para la foto. Con la playera del recuerdo sobrepuesta los acaparadores fans atrasaban el concierto; A pesar de la atención y el fervor que generó, el músico salió del cuartito improvisado como camerino con la timidez de quien da su primer toquín, un look sin mucha forma, así mero el escenario: apenas cabían el micro, la bocina, el ampli, Juan con su guitarra y su armónica. Sencillo pero suficiente.
La terraza/galería del bar, se llenó. Un público multiforme, que sino es por el pretexto de ver al Cirerol, hubiera sido difícil reunir bajo el mismo techo: los groupies que se identifican con las letras melancólicas; otros que fuimos a enterarnos porque es tan relevante este pionero de la nueva generación de cantautores indie-alternativos, y algunos más que se reflejan en el perfil bohemio y de corazón resignado que personifica el cantautor.

Juan Cirerol salió tarde a cantar, sin prisa, pero emocionado. Ya se notaba la impaciencia en el público que había llegado temprano, cheve tras cheve, las ganas de verlo incrementaban. Los organizadores se paseaban nerviosos entre el público, sonrisas a los amigos, abrazos a los recién llegados, felices de haber logrado un concierto por y para ellos.
Los primeros rasgueos de la guitarra fueron cohibidos, las primeras palabras salieron temerosas, menguadas por el efecto del tiempo en las cosas guardadas, que no atrofia pero cansa. Esa primer sensación de intermitencia fue breve, fugaz; los coros y la emoción del público contagió al artista que comenzó a soltarse, como si nunca hubiera dejado de tocar, la angustia de las malas decisiones se fue dar la vuelta mientras él volvía a sus mejores tiempos y se entregaba a su auditorio.
Fue dejándose llevar, rolita tras rolita le iba subiendo a la intensidad, rolita, tras rolita se iba contagiando de la noche, de las cheves que no se tomaba, del pulque y el mezcal, de la fiesta, de los fans, de las ganas, de la música. Esa timidez con la que salió, se convirtió en una fuerza interpretativa que me aterrizó en la cabeza quien era Juan Cirerol.
Seguro que no tiene la mejor voz, tal vez como dice Hugo Garcia Michel desde su amargura, le quiere hacer al Tom Waits y no la sale, pero no importa, Juan Cirerol no se mueve en esa percepción, al ya no tan joven músico de Mexicali le sale una música distinta, una que si la analizas, te pierdes buscando matices, tonos y notas.
Mientras que lo importante es la energía, la empatía, ¿a cuántos decibeles suena un corazón roto?, ¿en qué escala se mueve el olvido?, ¿cómo afinas a la soledad?, por allá va lo que Cirerol te da, por esos músicos que el arte lo llevan en lo que expresan emotivamente y no en su cualidad técnica.
Se expande, contagia, quema, Juan tiene fuego. Chuy y Banderas se arriesgaron, lo buscaron, lo encontraron, le insistieron y lo pusieron a cantar en el Centro de León.
Un esfuerzo de fans, de músicos amigos de músicos: la noche de Juan Cirerol en ‘La Llamarada’.
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